Los estudios e investigaciones más recientes de las neurociencias revelan
las enormes posibilidades de aprendizaje y desarrollo del niño en las edades
iniciales, y hacen reflexionar a las autoridades educacionales acerca de la
necesidad de optimizar ese desarrollo, de potenciar al máximo, mediante una
acertada dirección pedagógica, todas las potencialidades que la gran
plasticidad del cerebro humano permitiría desarrollar.Si se parte de que, en el transcurso de la actividad y mediante la
comunicación con los que le rodean un ser humano puede hacer suya la
experiencia histórico – social, es obvio el papel que la familia asume como
mediador, facilitador de esa apropiación y su función educativa es la que más
profunda huella dejará precisamente porque está permeada de amor, de íntima
comunicación emocional.
La especificidad de la influencia familiar en la educación infantil está
dada porque la familia influye, desde muy temprano en el desarrollo social,
físico, intelectual y moral de su descendencia, todo lo cual se produce sobre
una base emocional muy fuerte.¿A qué conduce esta reflexión? En primer lugar a reconocer la existencia de
la influencia educativa de la familia, que está caracterizada por su
continuidad y duración. La familia es la primera escuela del hombre y son los
padres los primeros educadores de sus hijos.La seguridad y bienestar que se aporta al bebé cuando se le carga, arrulla
o atiende en la satisfacción de sus necesidades, no desaparece, sino que se
modifica según este va creciendo.
La ternura, el cariño, y comprensión que se
proporciona le hace crecer tranquilo y alegre; la comunicación afectiva que en
esa primera etapa de la vida se establece ha de perdurar porque ese sello de
afecto marcará de los niños que, en su hogar, aprenderán, quienes son, que
pueden y que no pueden hacer, aprenderán a respetar a los adultos, a cuidar el
orden, a ser aseados, a jugar con sus hermanitos, pero, además, aprenderán
otras cuestiones relacionadas con el lugar donde nacieron, con su historia y
sus símbolos patrios. Todo eso lo van a asimilar sin que el adulto, en algunas
ocasiones, se lo proponga.
El niño en su hogar aprenderá a admirar lo bello, a decir la verdad, a
compartir sus cosas, a respetar la bandera y la flor del jardín ajeno y ese
aprendizaje va a estar matizado por el tono emocional que le impriman los
padres, los adultos que le rodean, por la relación que con él establezcan y,
muy especialmente, por el ejemplo que le ofrezcan.
Mucho antes de que surgiera con F. Froebel (1782-1852) un sistema para la
educación social de los niños preescolares (instituciones educativas) ya
pedagogos ilustres se habían referido a la importancia de las edades tempranas
para todo el desarrollo ulterior del niño y, a la familia –a la madre
fundamentalmente- como primera e insustituible educadora de sus hijos. Baste
señalar –entre otros- a J. A. Comenius (1592-1670) que subrayó el papel de la
Escuela Materna, como primera etapa de la educación, que ocupa los primeros
seis años de la vida del niño, considerados por él como un período de intenso
crecimiento físico y de desarrollo de los órganos de los sentidos y a E.
Pestalozzi (1746-1827) que, en su propuesta de educación para el desarrollo
armónico del niño: físico, intelectual, moral y laboral defendió como mejor y
principal educador a la madre para las cuales escribió un manual “Libro para
las Madres” o “Guía para las Madres” en el cual orientaba como desarrollar la
observación y el lenguaje de sus menores hijos.
A partir de entonces y hasta la fecha, múltiples estudios e investigaciones
han revelado las potencialidades de desarrollo del niño desde que nace y se
ofrecen variadas formas para su estimulación desde el seno del hogar, mas
también se ha corroborado el papel decisivo de la familia en las primeras
edades, en lo referente a la formación o asimilación de hábitos de vida y de
comportamiento social en sus pequeños hijos. Este período se considera
“sensitivo” hablando en términos de L.S. Vigotsky, para la formación de los
mismos.
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