Educar correctamente
al niño exige que, desde muy temprana edad se le enseñen ciertas normas y
hábitos de vida que garanticen tanto su salud física y mental como su ajuste
social.
El niño, en cada una de las etapas de su vida, debe comportarse de una
manera adecuada, cumplimentar todo aquello que se espera de él, pero, para que
así sea, es indispensable sentar previamente ciertas bases de organización de
la vida familiar que le permitan tener las condiciones mínimas para lograr un
desarrollo físico y psíquico adecuado.
Frecuentemente se le pide al niño que no riegue, que se peine y lave las
manos, que no se manche la ropa, etc. Si no actúa adecuadamente, es porque no
se han formado estos hábitos desde su más tierna infancia. De ocurrir esto se
ha educado erróneamente al niño y esta falla hay que atribuírsela a los padres.
Un hábito no es más que la forma de reaccionar frente a una situación
determinada, que se obtiene a través de un entrenamiento sistemático; o sea, es
la tendencia que existe de repetir un acto que se ha realizado previamente y
que, una vez establecido, se realiza automáticamente, sin necesidad de analizar
qué se está haciendo.
Para que el niño
adquiera las normas y hábitos necesarios es indispensable que los padres
organicen su vida, es decir, que le establezcan un horario de vida. Si se desea
que el niño forme un hábito, primeramente hay que mostrarle cómo debe actuar.
El ejemplo que ofrecen los padres y demás adultos que viven con él es muy
importante. Además, es fundamental ser persistente, constante y tener la
suficiente paciencia para no decaer en el logro de este propósito.
Si las personas que rodean al niño se caracterizan por ser sosegadas,
tranquilas, cariñosas, el niño adquiere con facilidad el hábito de hablar en
voz baja. No es lógico pedirle al niño que sea aseado si a su alrededor sólo ve
personas sucias, que no cuidan de su aseo personal ni del orden y limpieza de
la vivienda.
Una vez que se han garantizado las condiciones y mostrado al niño con el
ejemplo lo que debe hacer, debe explicársele la utilidad del mismo, o sea, los
beneficios que va a obtener cuando lo adquiera. Después será necesaria la
repetición de esta actividad para que se fije en su conducta. Por último, los
adultos –los padres, principalmente- aprovecharán estas primeras acciones del
niño para reforzarlas y estimularlas de manera de crear en él motivaciones de
hacer las cosas de esta manera.
No cabe duda que esta formación es responsabilidad de los adultos, quienes
tienen que organizar sus propias vidas, teniendo en cuenta a sus hijos para no
interferir el desarrollo de sus actividades.
Hay niños que sufren de pérdida del apetito, alteraciones en el sueño,
etc., por falta de organización de la vida familiar.
Los primeros hábitos a formar son, indiscutiblemente, aquellos que están
directamente relacionados con las necesidades básicas del niño, como son: la
alimentación, el sueño, el aseo, la eliminación, etcétera. Estos hábitos tan
necesarios se crean a una hora fija para condicionar el organismo.
Alimentación. Se debe acostumbrar al niño a comer a una hora determinada.
Esto hace que tenga más apetito, que sienta hambre. Cuando el niño no come, es
porque no tiene hambre. Si se le dan chucherías a distintas horas, es lógico
que luego no quiera almorzar y rompa así el hábito periódico que se le debe
formar, provocándose el desgano o anorexia. El niño puede también perder el
apetito por una enfermedad que se gesta en su organismo o porque ya está
enfermo. Si la mamá advierte esto y lo obliga a comer, está actuando mal, pues
el niño empieza a asociar la comida con algo impuesto por sus padres y no la ve
como el medio de satisfacer una necesidad propia de su organismo.
Hay que tener en cuenta también, que los niños comen de acuerdo a su ritmo
de crecimiento, a las demandas de su organismo, a las actividades que realiza.
Se puede observar un aumento del apetito cuando se produce un crecimiento
acelerado en el niño o cuando hace un gran despliegue de actividad.
Cuando el niño advierte que sus padres se preocupan mucho y le imponen la
comida, a veces, se produce en él un rechazo inconsciente hacia la misma. En
otros casos, el niño aprovecha las horas de la alimentación para obtener
“buenos dividendos”, utilizando así la comida como “treta” para obtener lo que
desea.
Por lo tanto, la comida debe suministrarse siempre a la misma hora,
evitando dar alimentos a intervalos menores de tres horas.
Los alimentos, tanto en cantidad como en variedad, deben satisfacer las
necesidades de su organismo. Esta variedad se introduce en el momento adecuado,
permitirá que él forme su paladar a los distintos gustos de los alimentos que
todo niño necesita.
El niño debe comer junto a la familia y ver esta actividad como una ocasión
agradable para compartir con sus padres. Tan pronto como sea posible éstos lo
dejarán comer solo. Aunque se ensucie en un inicio, no deben regañarlo, sino
ayudarlo y enseñarlo, teniendo en cuenta su edad y posibilidades.
No se le debe quitar la cuchara para evitar que se ensucie ni con el
pretexto de que así termina más rápido. El niño se acomodará a esta situación y
no sentirá placer por aprender. Debe comer lo que él realmente desee y, una vez
terminada la comida, le retirarán el plato sin hacer alusión al posible
desgano.
Si ha comido bien y ya es capaz de hacerlo sin botar los alimentos ni
ensuciarse, se le debe estimular y reconocer, ante los familiares los avances
obtenidos. En ocasiones, resulta muy provechoso utilizar en estos casos
expresiones tales, como: “Ya Juanito es un hombrecito. Come tan bien como papá”.
Cuando se le va a enseñar a comer un alimento nuevo es conveniente que lo
mire, huela y pruebe en el momento en que es mayor su apetito para favorecer su
aceptación. Poco a poco, se le introduce en el uso adecuado de los cubiertos y
en las buenas formas en la mesa. Si se sirve sopa, se le enseñará que ésta se
toma con cuchara. Si es una papilla o arroz, con el tenedor y así
sucesivamente. Si él ve a sus padres usar correctamente los cubiertos y a su
vez se le pone a su alcance los adecuados a cada tipo de comida, aprenderá a
utilizarlos rápidamente.
Sueño. El niño debe apreciar las horas de sueño al igual que las de
alimentación como agradables. Los padres deben acostumbrarlo a dormir a la
misma hora. Un niño pequeño debe dormir más de diez horas. Los padres deben
saber el número de horas de sueño que el niño necesita. Estas se corresponden con su edad
cronológica.
Cuando el ambiente no es adecuado, por existir peleas, discusiones, etc.,
el sueño del niño se altera. Igualmente, ocurre cuando se ha excitado demasiado
durante el juego o cuando se ha alterado el horario de alimentación. Se debe
evitar todo esto para lograr que el niño vaya tranquilo y sosegado a la cama.
Es bueno también, acostumbrar al niño a dormir la siesta. Después del
almuerzo puede dormir dos o tres horas, que le permitirán reponer las energías
gastadas durante las actividades de la mañana. Es muy provechoso formar estos
hábitos que le propicien al niño, alternar períodos de vigilia y sueño. Si la
mamá lo acuesta y dentro de la habitación no existen estímulos que pudieran ser
susceptibles de distraerlo, no se debe prolongar demasiado el tiempo de la
siesta, pues esto puede originar que se altere el horario del sueño nocturno.
Una vez llegada la hora de acostarse se proporcionarán las condiciones para
que duerma bien y, a la mañana siguiente, se levantará a una hora fija, de
manera que se habitúe y, una vez que esté en la escuela, no haya dificultades
que interfieran el cumplimiento de sus obligaciones.
Eliminación. Los niños deben satisfacer, diariamente, sus necesidades
eliminatorias. Para lograr que el pequeño adquiera estas costumbres, no sólo
basta con sentarlo regularmente, en la sillita. Si bien es cierto, que algunas
mamás tienen éxito en el entrenamiento de este hábito desde los primeros días,
otras han debido esperar meses. ¿A qué se debe esto? Es necesario recordar,
ante todo, que el sistema nervioso de un niño de corta edad es algo complejo y
en plena organización; antes de determinada edad, el niño no tiene el sistema
nervioso de un niño de corta edad es algo complejo y en plena organización;
antes de determinada edad, el niño no tiene el sistema nervioso lo
suficientemente maduro como para adquirir estos hábitos de eliminación. Para
que un niño controle sus esfínteres, son necesarias varias condiciones que los
padres deben conocer. Si observan bien, podrán determinar a la hora promedio en
que el niño hace sus necesidades y, con alguna anticipación, sentarlo en la
sillita. Llega el día que el niño solo es capaz de hacerlo cuando está sentado
en el lugar adecuado y habrá formado así un hábito de vida correcto.
Aseo y orden. La creación de hábitos de aseo y orden son necesarios al niño
para poder adaptarse al medio social, especialmente al medio escolar. Por lo
tanto, es indispensable que se le enseñe mucho antes de su ingreso a la escuela.
Desde pequeño se le debe enseñar a cuidar las cosas, a tenerlas en un lugar
determinado, de manera que pueda encontrarlas fácilmente. Se le debe enseñar a
considerar aquellos objetos que le sirven para recrearse –juguetes entre otros-
de aquellos otros que son necesarios para su labor, como los libros, libretas,
lápices, etcétera.
Si esto se hace sistemáticamente, si se le muestra y se analiza
conjuntamente con él las ventajas de estas conductas, el niño acaba por
incorporarlos a su vida diaria, pues recibe los beneficios de esta
organización.
Otro aspecto a considerar es la higiene personal. El niño debe aprender a
cuidar su aspecto personal. Mucho debe preocuparle esto, si tiene en cuenta que
vive en colectivo y que la falta de aseo molesta a todos. En el hogar se le
debe enseñar a lavarse los dientes, bañarse, cuidar la higiene del cabello,
peinarse, etcétera, así como del cuidado de su ropa.
Cuando el niño es muy pequeño no puede hacerlo por sí mismo, pero los
padres lo enseñarán poco a poco y lo estimularán a hacer los primeros intentos.
Cuando logra hacerlo por su cuenta, le reconocerán el resultado obtenido y le
harán sugerencias de cómo resolver sus errores.
Un niño que no forma estos hábitos, resulta un adaptado cuando convive en
un colectivo más amplio, independiente de su familia.
En la preparación que ofrezcan los padres se debe tener en cuenta que el
niño ha de ayudar a la mamá a recoger su cuarto, a guardar las cosas en su
lugar, a cuidar los objetos personales y familiares. A partir de los dos años
observaremos que al niño se le puede instruir al respecto y obtener algunos
resultados positivos, teniendo en cuenta sus posibilidades.
También es importante alertar a los padres que el ejemplo es lo más
importante para conseguir buenos resultados. Si los padres no se preocupan por
su apariencia personal ni por el orden y limpieza de la vivienda, de nada valen
las advertencias ni orientaciones. Junto al ejemplo positivo que deben ofrecer
los padres como educadores de sus hijos, está la orientación y ayuda constante.
En la medida que el niño sea mayor, se recabará de él una mayor cooperación.
Cuando se presenten pequeñas dificultades en la tarea que realiza, no se le
regañará ni se harán comparaciones con los resultados que obtiene el adulto. Nunca
se utilizarán comparaciones entre los hermanos como medio de resolver los
errores, pues puede traer como consecuencia que el niño abandone la tarea y se
vuelva irresponsable. Por poco que sea el provecho que el colectivo familiar
obtenga de su ayuda, es indispensable reconocérselo y estimularlo con palabras
alentadoras. Así, adquiere seguridad de sus posibilidades y mejorará su
rendimiento. Y algo más, hay que tener en cuenta que el principal objetivo de
esta participación es que el niño adquiera responsabilidad ante las tareas, lo
que le posibilitará desempeñarlas cabalmente como escolar, en un futuro.
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